Juan I de Inglaterra by DAVID SILVESTRE

Juan I de Inglaterra by DAVID SILVESTRE

autor:DAVID SILVESTRE [David Silvestre]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Drama, Histórico
editor: EbookDigital
publicado: 2020-02-03T00:00:00+00:00


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1 Arenosa Lecto: (h. Apol. 215)

2 (Odisea IV, 82-85)

8

EL PRIORATO DE ST. PANCRÁS

El conde de Gloucester vestido en saya encordada y gorro emplumado llegó a las puertas del priorato de Guildford, desde donde, subiendo sus escalinatas de piedra, encontraron al regazo de sus grandes portones a Leonor de Provenza y al príncipe Eduardo allí presentes, esperando su visita. Gloucester venía acompañado de algunos hombres armados con la única intención de convencer a la reina y su ferviente hijo a abandonar aquellas estancias y llevarlos al priorato de St. Pancras. No iba a ser tarea fácil poder atraerla hacia aquella ratonera donde le aguardaba una trampa mortal. Leonor iba tocada con barboquejo y portaba una camisa de lino de anchas mangas y corsé, la falda tenía un dobladillo en tul, cubría la cabeza con velo y diadema, y su hijo envuelto en garnacha con gorro de plumas de faisán y espada a la cintura, acompañado de varios escoltas armados. Era una mujer madura y cincuentona, de pómulos sonrosados y bello cutis, ojos grises claros, aún con signos de esbeltez que, aunque algo flácida de miembros, no aparentaba realmente sus años, no era muy alta en estatura, pero sí agraciada en belleza. A Leonor todo la hacía presagiar que no la llevaría a ningún sitio relevante o seguro; y es que Gloucester no era alguien sumamente distinguido y del cual sospechar mucho, pero ante aquella falsa facha, se ocultaba un propósito atroz el cual trató de disimular en su semblante, se inclinó en presencia de la reina desquitándose de su gorro con una genuflexión y mirando por entre el rabillo al príncipe allí presente, joven apuesto y bastante alto, de ojos claros y rubio, ante aquel viejo y desgarbado conde que aún guardaba fuerzas y bríos suficientes para recorrer distancias insalvables en pos de una causa, ya fuera honesta o deshonesta, ni él sabía cómo poder entibiar sus propios nervios, trató de respirar profundo antes de dejar la misiva que debía de despachar a Leonor. El príncipe apretó firmemente la empuñadura de su espada con su mano izquierda, para desenvainarla de un momento a otro en caso de que aquellos tipos venidos de Londres intentaran lo contrario y mostraran planes inhóspitos. Sus ojos se clavaron con frialdad en la guardia armada que cubría por detrás al conde de Gloucester. Los trajes acorazados de estos parecían torres de plata tachonadas como escudos de marfil.

El intercambio de miradas duró unos segundos, y asombrosamente no mostraron intención de zaherir a la reina ni a nadie del lugar. Gloucester sintió una leve cargazón en sus tripas, aunque no le auspiciaba nada bueno, debía de darse con un canto en los dientes de que no lo hubieran hecho arrestar, el poder ganarse la confianza de Leonor no iba a ser tarea fácil, pero intentaría persuadirla para que desistiera de aquel lejano retiro y llevarla en bandeja de plata a manos de la hechicera de Sverresborg.

―Alteza, acatad mi apremiante solicitud en daros escolta hasta el priorato de St.



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